En el marco de la celebración del Día Internacional de la Mujer, es importante reflexionar sobre los avances, desafíos y el papel que han desarrollado las mujeres en el derecho. Durante siglos, el acceso a las profesiones jurídicas estuvo casi exclusivamente reservado a los hombres, quienes dominaron los espacios académicos, profesionales y de toma de decisiones. Las estructuras sociales y culturales de las épocas pasadas relegaron a las mujeres a un papel secundario, quienes, a pesar de estos obstáculos, a lo largo de la historia, han desempeñado un rol crucial y transformador en la evolución del derecho, desafiando estereotipos y abriendo camino a nuevas perspectivas jurídicas.
Hoy son cada vez más las mujeres que asumen roles de liderazgo, desde socias principales en bufetes de abogados hasta ocupar posiciones claves en el poder judicial, como juezas y fiscales generales. La influencia de las mujeres en el ámbito legal no solo ha sido significativa en términos de su presencia, sino también en su capacidad para introducir nuevas perspectivas y enfoques en el derecho. Muchas abogadas están liderando iniciativas clave en derechos humanos, derecho penal, protección de los derechos de las mujeres y en la creación de leyes que buscan promover la igualdad de género y la justicia social.
Los primeros obstáculos y desafíos
En los primeros períodos de la historia, las mujeres se vieron sistemáticamente excluidas de la mayoría de las profesiones formales, debido a las rígidas estructuras sociales y patriarcales que definían sus roles. La sociedad de esas épocas, marcada por una clara división de géneros, restringía casi por completo las oportunidades educativas y laborales de las mujeres. En muchas culturas, las mujeres eran percibidas y aún hoy, como madres y esposas y se esperaba que se dedicaran a las tareas domésticas y al cuidado de la familia. Este modelo de vida no solo limitaba sus horizontes personales, sino que también les impedía acceder a la formación necesaria para ingresar en profesiones que requerían conocimientos especializados, como el derecho.
En la Antigua Grecia y Roma, la exclusión de las mujeres de los ámbitos jurídicos era aún más evidente. Las mujeres, especialmente en Roma, no solo carecían de derechos políticos, sino que también estaban excluidas del ejercicio de profesiones públicas y de prestigio, como el derecho. En ambos casos, aunque algunas mujeres de la aristocracia tenían acceso a la educación, sus estudios se limitaban principalmente a áreas consideradas «apropiadas» para su sexo, como la poesía, las artes o la música, mientras que el derecho, la oratoria y otras disciplinas intelectuales eran vistos como dominios exclusivos de los hombres. Además, el sistema jurídico de estas civilizaciones no contemplaba la participación activa de la mujer en los tribunales o en el asesoramiento legal, ya que se creía que las mujeres carecían de la racionalidad, la capacidad argumentativa y la firmeza emocional necesarias para desempeñar tales roles.
Siglo XIX, las primeras abogadas en el mundo
El siglo XIX marcó el comienzo de una significativa apertura para las mujeres en el derecho. Aunque las barreras sociales y legales seguían siendo abrumadoras, algunas mujeres comenzaron a desafiar las normas de la época y abrieron el camino hacia la inclusión femenina en la práctica del derecho. El primer hito histórico ocurrió en 1869 en Estados Unidos, cuando Arabella Mansfield se convirtió en la primera mujer en ser admitida en la barra de abogados de Iowa. Arabella, quien había luchado contra la oposición tanto de sus colegas hombres como de la sociedad, se convirtió en un símbolo del coraje y la determinación de las mujeres que, a pesar de las dificultades, comenzaban a acceder a profesiones que hasta entonces les estaban vedadas. Este logro fue el punto de partida para que otras mujeres en los Estados Unidos comenzaran a seguir su ejemplo y a abrirse camino en el derecho y reveló también las profundas tensiones sociales y culturales que rodeaban el acceso femenino a profesiones intelectuales y de poder.
Las mujeres enfrentaban una feroz oposición social y profesional. Las normas de género de la época consideraban que no poseían las cualidades necesarias para ser abogadas, ya que el ejercicio del derecho estaba asociado con características consideradas «masculinas» como la agresividad, la lógica y la capacidad de argumentar con firmeza en espacios públicos. Eran vistas como más emocionales, menos racionales y, por lo tanto, incapaces de manejar la presión y las demandas de una carrera jurídica. Estos prejuicios eran comunes tanto entre sus compañeros hombres como en la sociedad en general, lo que resultaba en una constante descalificación de las habilidades y la autoridad de las mujeres en el ámbito legal.
Además, muchas de las primeras abogadas no solo tuvieron que luchar contra los prejuicios profesionales, sino también contra las barreras legales que les impedían acceder a ciertos cargos y oportunidades. En muchos países, las mujeres no podían ejercer en las cortes más prestigiosas ni representar a clientes en casos de alto perfil, ya que los sistemas legales seguían siendo dominados por hombres.
El avance del siglo XX: luchas y logros
En el siglo XX, el panorama del derecho comenzó a cambiar significativamente, en gran parte impulsado por la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos y el acceso a la educación y al trabajo. Las primeras décadas de este siglo fueron clave en la transformación de las normas sociales que, hasta entonces, habían limitado severamente las oportunidades de las mujeres en el ámbito profesional. El derecho al voto, adquirido por las mujeres en varios países, y la creciente conciencia social sobre la igualdad de género impulsaron una serie de movimientos y cambios legales que facilitaron la entrada de las mujeres en el derecho.
El activismo feminista de principios de siglo y las reformas sociales promovieron una revisión de las estructuras legales y educativas que habían sido diseñadas para excluir a las mujeres. La lucha por los derechos civiles, el acceso a la educación universitaria y, más tarde, los derechos laborales, dieron a las mujeres un impulso necesario para entrar en profesiones históricamente dominadas por hombres. Fue en este contexto que muchas mujeres comenzaron a desafiar las barreras legales y profesionales que hasta entonces les habían sido impuestas.
Una de las figuras más emblemáticas de este cambio fue Clara Shortridge Foltz, quien en la década de 1920 logró convertirse en la primera mujer abogada en California y la primera mujer en ser admitida en la Corte Suprema de este estado. Clara no solo rompió las barreras que limitaban el acceso de las mujeres al ejercicio del derecho, sino que también fue una de las primeras en abogar por una reforma legal que permitiera a las mujeres ejercer como abogadas de manera plena y en igualdad de condiciones que los hombres.
Este tipo de avances no fue exclusivo de los Estados Unidos. En Europa, países como Francia y España comenzaron también a permitir que las mujeres pudieran ejercer el derecho. En muchos casos, las mujeres tuvieron que enfrentarse a un feroz rechazo social y profesional que minimizaba su capacidad intelectual y profesional. Además, no solo tenían que lidiar con la discriminación de género, sino también con la falta de apoyos institucionales, como las desigualdades salariales que vemos todavía hoy, y a un acceso limitado a posiciones de liderazgo dentro de los bufetes de abogados. Las mujeres no solo debían sobresalir en su capacidad para ejercer el derecho, sino también demostrar una enorme resiliencia frente a una cultura legal que a menudo no las consideraba aptas para liderar o tener una carrera exitosa en el más alto nivel del derecho.
El siglo XXI: un futuro prometedor pero desafiante
El siglo XXI ha traído consigo grandes avances en términos de visibilidad y participación de las mujeres en el derecho. En muchos países, las mujeres ahora representan una proporción significativa tanto de los estudiantes de derecho como de los abogados recién graduados que ingresan al mercado laboral.
De acuerdo con estudios recientes, aunque las mujeres ahora constituyen una mayoría en las universidades de derecho, su representación en los cargos de mayor jerarquía sigue siendo limitada. Esto sugiere que, a pesar de su éxito académico, las mujeres enfrentan un «techo de cristal» profesional que dificulta su ascenso a posiciones de liderazgo. Las razones de esta disparidad son múltiples: desde la persistencia de prejuicios de género y estereotipos sobre la capacidad de liderazgo de las mujeres, hasta las estructuras laborales que no facilitan la conciliación entre el trabajo y la vida personal, lo que dificulta que las mujeres puedan acceder a los mismos roles que los hombres.
Abogadas como Ruth Bader Ginsburg, quien fue jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos, son un gran ejemplo de cómo las mujeres pueden dejar una huella indeleble en la profesión jurídica. Ruth no solo fue una destacada abogada que defendió la igualdad de género y los derechos civiles, sino también una figura clave en la lucha por la justicia social y los derechos fundamentales, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia ante la discriminación de género.